Dulce
provocación
Marta
de Diego
La
vida se compone de pequeñas momentos, de recuerdos, de instantes alegres, otro
tristes, increíbles. Disfruta de cada momento bueno que te brinde y acepta los
golpes, como buenamente puedas.
Estoy nerviosa, es el día de San Valentín y tengo
una cita con Alan. Llevamos ya dos años saliendo juntos, pero no sé muy bien
porqué, tengo la sensación de que esta cita va a ser distinta. Hemos quedado en
el barco restaurante que te lleva por el rio Sena, lo que significa que hay que
ir muy bien vestidos. Así que he elegido un vestido, de color negro, con cuello
barco y mangas de encaje. Zapatos negros, con un buen tacón de aguja y mi melena
rubia, recogida en una bonita trenza que cubre mi hombro izquierdo. Me miro una
vez más en el espejo, me veo radiante, aunque el mismo tiempo, me siento
insegura. No sé qué va a pasar hoy, estoy muy nerviosa, pero tengo claro que lo
que tenga que ser, será.
Salgo de casa y decido coger un taxi, no me veo
capaz de conducir. Mientras lo espero, aparece mi vecino Nico. Me mira
sonriente, me saluda con la cabeza y se mete en el portal. No solemos hablar
mucho, pero es un chico agradable y la verdad, para que engañarnos, es muy
guapo.
Cuando llego
al embarcadero, lo veo, ahí está Alan, esperándome. Va vestido con una traje de
chaqueta negro, la camisa granate y corbata negra. Su pelo está cubierto por
una capa de gomina y peinado de esa forma tan especial, que solo él sabe hacer.
Un estilo peinado, pero desaliñado a la vez. Está guapísimo. Alan se acerca a
mí, al tiempo en que yo me bajo del taxi. —Estás preciosa, cariño —me dice,
consiguiendo arrancarme una sonrisa.
—Tú también estás muy guapo. Creo que podría
acostumbrarme a verte siempre con traje, estás muy sexy —le digo picarona. Y no
es que no me guste como viste habitualmente, pero con ese cuerpo y esas
espaldas… cuando se pone un traje entallado como este, consigue
desconcentrarme, pero sobretodo ponerme en guardia. Mucha loba hay suelta por
esta ciudad y mi chico, es mío y solo mío.
—¿Así que te gusta el traje eh? Bueno, quizás me lo
veas puesto en otra ocasión más —umm… se anda con rodeos, me gusta.
—Eso habrá que verlo —le contesto, para picarlo un
poco. Él sonríe, me coge de la mano, tira de ella para pegar mi cuerpo con el
suyo y me besa.
Entramos en el barco y un metre nos acompaña hasta
nuestra mesa, después de haberle indicado el nombre a la que estaba la reserva.
Alan, como buen caballero que es, reirá mi silla y espera a que me siente, para
hacerlo él. Un camarero se acerca a nosotros, para ofrecernos las cartas —¿Puede
traernos un Louis Roederer Cristal Rosé, por favor? —pide de repente Alan,
provocando la caída de mandíbulas del camarero y mía.
—¿Alan? —me mira intrigado —¿Estás seguro? Esa
botella ronda los seiscientos euros —el camarero me mira con cara de asesino,
estoy a punto de fastidiarle el negocio del siglo.
—Cariño, no te preocupes. Lo que te tengo que decir,
bien merece una de estas botellas —me dice guiñándome un ojo. Yo, asiento con
la cabeza, aunque no entiendo nada. No creo que haya nada tan importante, como
para pedir ese champagne. A no ser que… No, no puede ser. ¡Ay Dios mío! ¡Que si
puede ser! ¡¡Ay que me da!! ¿Me va a pedir que me case con él? Le miro
sonriente y comienzo a ponerme más nerviosa aún. Mi mente me la acaba de jugar,
ahora voy a estar intranquila todo el tiempo. Estaré dándole vueltas a
como habrá pensado hacerlo.
¿Se arrodillará y sacará el anillo de su bolsillo?
¿Traerá el anillo escondido en el postre y cuando yo
lo encuentre, se levantará y se arrodillará?
No puedo, no puedo ni imaginármelo, sea como sea mi
respuesta va a ser un “Sí” como una casa de grande. No hago más que desear que
llegue el momento. Mi mente no hace más que repetirme una y otra vez, las
posibles opciones de petición. No me puedo concentrar en la comida, me van
poniendo plato a plato y yo voy picando y engullendo, porque cuanto antes
acabe, antes llegará el postre y mi gran momentazo. Durante la cena, vamos
hablando de temas banales, que carecen totalmente de mi atención. Bastante
suerte tiene Alan de que le conteste, porque ahora mismo mis neuronas, solo
piensan en una cosa.
Llega la hora de los postres y con ella la tercera
botella de champagne, lo que me hace pensar, aún con más fuerza, que es algo
muy muy importante lo que esta noche vamos a celebrar. Nuestra boda. El
camarero aparece con nuestros postres, vienen tan bien preparados, que voy a
tener que ir con cuidado de no tragarme el anillo. —¿Te gusta el mouse, cariño?—me
pregunta.
—Oh sí, está delicioso. Bueno, en realidad todo ha
estado exquisito.
—Espera, déjame ver que tienes aquí… —dice al mismo
tiempo que se levanta. ¡¡Ay madre, llegó el momento!! Se acerca a mí,
lentamente, sonriente y yo me voy poniendo cada vez más nerviosa.
—Nena…—susurra en mi oído —Tengo algo que decirte.
—Adelante —contesto sin apenas voz, por culpa de la
emoción.
—Ha llegado el momento de dar un paso más.
—Sí… estoy de acuerdo —susurro.
—Y ese paso es… —¡suéltalo ya!—¡Me han ascendido a
director de sucursal! —¡¡¡¿QUÉÉÉÉÉ?!!! Me acaba de caer un cubo de agua fría
con cubitos de hielo por encima. Esto sí que no me lo esperaba —. Cariño, ¿no
te alegras? Esto significa más sueldo, mejores condiciones para nosotros. Así
podremos vivir desahogados cuándo vivamos juntos.
—Sí, sí, perdona. Es que me has dejado sorprendida.
Me alegro mucho por ti, enhorabuena —le contesto como puedo. Aún estoy en
estado de shock.
—Gracias cariño, ahora todo va a ir mejor, tendremos
más dinero, viviremos como reyes en nuestra casa… —Alan iba enumerando
infinidades de cosas buenas que nos aportaría su ascenso, pero en ningún
momento ha mencionado la intención de casarse conmigo. Mi mente estaba en otro
sitio, solo le daba vueltas a lo ridícula que me sentía por haber pensado es
que iba a pedirme matrimonio. No escuchaba nada de lo que me decía, solo le
sonreía y asentía como una autómata, hasta que mi mente reaccionó y se acordó
de que teníamos una botella entera de champagne, sin abrir. Me levanté de mi
asiento, cogí mi bolso y la botella. Alan me miraba estupefacto, me preguntaba
que, qué estaba haciendo, pero yo no contestaba. Así que cogí, me di media
vuelta y me largué de allí.
He llegado al portal de mi casa, aún llevo la
botella en la mano y sin abrir. Creo que voy a subir, me voy a quitar los
zapatos y me sentaré en el sofá a beberme esta preciosa botella de seiscientos
euros. Miro hacia mi bloque y están todas las luces de las casas apagadas,
excepto una. Sonrío y pienso en compartir mi botella… pero de repente me
asaltan las dudas. ¡Qué demonios! Es mi vecino y me llevo bien con él, para
pillarme un pedo sola, mejor con él. Así tendré unas buenas vistas. Abro la
puerta del portal y subo los dos tramos de escalera que hay para llegar a su
casa. Cuando estoy frente a su puerta, me planto delante de ella y me quedo
mirando, sopesando los pros y los contras. Entonces me acuerdo del móvil, lo
saco del bolso y veo que tengo un par de llamadas perdidas, pero ningún
mensaje. Decido que lo mejor es apagarlo. Una vez hecho, toco al timbre de mi
vecino. Tarda un poco en abrir, pero cuando lo hace, no puedo evitar reírme
ante su cara de sorpresa. Aunque la sonrisa se me corta de golpe al darme
cuenta de que está con el torso al descubierto y en calzoncillos. —Chantal —oh
dios, que bien suena mi nombre en esa boca de pecado —, ¿qué haces aquí? ¿Ha
pasado algo?
—Bueno… verás… vengo de una estupenda cena en el
barco del rio Sena, en la cual pensaba que mi novio me iba a pedir matrimonio.
¿Y por qué pensaba eso? Estarás pensando. Pues verás, porque el muy gilipollas,
ha pedido tres botellas como esta —le enseño el champagne —. Cada una de ellas
cuesta seiscientos euros y me ha dicho que lo que tenía que decirme, bien
merecía la pena. Además me ha llevado a cenar a un sitio romántico, hemos ido
vestidos elegantemente… vamos que era el ambiente perfecto para la ocasión.
Pero eso que tanto que valía la pena, el dineral en estas botellitas, era nada
más y nada menos que… ¡¡un puto ascenso!! ¿Te lo puedes creer? ¡Un ascenso!
—Menudo gilipollas —me contesta, arrancándome una
sonrisa.
—Sí, lo es. Pero el caso es que en los postres, aún
no habíamos abierto esta botella, así que me levanté, la cogí y me fui
dejándole con la palabra en la boca. Iba a tomármela sola, pero al llegar he visto
tu luz encendida y he pensado en que podíamos tomárnosla juntos.
—¿Crees que será buena idea? —me quedo pensativa,
quizás él no quiera.
—Si no quieres, no hay problema, me voy a mi casa y
me la bebo yo sola —él me mira sonriente.
—Anda, pasa. Voy a ponerme una camiseta.
—Por mí no lo hagas, no me molestan las vistas.
—Ya, pero estoy en desventaja —lo miro intrigada —.
Yo no tengo las mismas vistas que tienes tú. Así que o bien te quitas ese
increíble vestido, o me pongo una camiseta.
—Estoy pensando seriamente en quitarme el vestido.
—No serías capaz —sentencia Nico, retándome. Pero es
que realmente me lo estoy planteando, estoy achispada con tanto alcohol, este
chico me pone mucho y estoy excitada. Por otro lado está el capullo de Alan, no
puedo hacerle esto a pesar del ridículo que he sentido esta noche. Miro a Nico
y parece saber lo que estoy pensando. —Otra vez será. Vete a casa, guarda esa
botella y descansa. Mañana lo verás todo de otra forma —asiento, sonrío y me
voy hacia la puerta —. Chantal —me llama.
—Dime —le digo mientras me giro. Pero cuando lo
hago, me doy cuenta de que se ha colocado detrás de mí. Nuestras miradas se
cruzan y nuestros labios están muy cerca. Con moverme un poco, podría besarle…
—Si no tuvieras novio…—se calla.
—Sigue —le pido. Nico sonríe.
—Si no tuvieras novio, no dejaría que te marchases
nunca.
****
Me despierto a media mañana, aturdida, con uno de
esos dolores de cabeza que te hacen desear estar muerta. Me levanto de la cama
y me voy a la cocina, necesito un vaso de agua y una aspirina. Cuando abro la
nevera, la veo ahí, tumbada en la bandeja, la súper botella de champagne de
seiscientos euros. Sonrío al recordar lo ridícula que me sentí anoche y en como
Nico consiguió volverme loca con ese torso desnudo. Solo pensar en él… no debo
pensar en él, en quien debo pensar es en Alan, por lo que decido que ya es hora
de llamarle. Me voy a mi habitación, en busca de mi móvil. Cuando lo cojo, me
sorprendo al ver que no hay ni una sola llamada, ni un solo mensaje.<<Pues
sí que le importo yo a Alan >> pienso, mientras desbloqueo el móvil y lo
busco en la agenda para llamarlo. Suena un tono, dos, tres, cuatro… y no
contesta. Vuelvo a intentarlo, esta vez con éxito. —¿Qué quieres? —esa es su
manera de saludarme.
—Buenos días a ti también —le digo en un tono
sarcástico.
—Chantal, no tengo ganas de tonterías. Dime que es
lo que quieres —toma borderia, está mosqueado, no hay duda.
—Llamaba para disculparme por lo de ayer, no debí
irme como me fui.
—No, no debiste hacerlo. ¿Qué pasa, te pego una
pataleta?
—Oye, no te comportes como un capullo.
—¿QUÉ NO ME COMPORTE COMO UN CAPULLO? —me grita de
tal manera, que tengo que despegar el teléfono de mi oído.
—No importa que grites, no estoy sorda.
—Mira Chantal, ahora no tengo ningunas ganas de
hablar contigo —me cuelga. No me da tiempo a replica. Me parece una reacción
totalmente desmesurada, no creo que sea como para ponerse así. Lo dejo pasar,
cuando se enfada de esta manera, lo mejor es dejarlo a su aire. Dejo el móvil y
decido que ya que es sábado y hace buen día, puedo darme una ducha e ir a dar
una vuelta, incluso comer fuera.
Salgo de casa y decido que lo mejor es bajar por las
escaleras. Cuando llegó al rellano del piso de Nico, ralentizo el paso y sonrío
imaginando que sale de su casa… me sonríe y… ¡Mierda! Me tropiezo en la
escalera y monto un pequeño escándalo, cuando caigo al suelo y me estampo
contra su puerta. La cual, tarda poco en abrirse y aparecer por ella Nico, que
me mira con cara de sorpresa e incredulidad. —¿Se puede saber qué haces en el
suelo?
—Deja de preguntar y ayúdame a levantarme.
—Me gusta verte espatarrada en el suelo —me dice el
muy cabrito. Le lanzo una mirada de esas que podrían asesinar a alguien —.
¿Dónde ibas? —me extiende la mano, por fin y, me ayuda a levantarme.
—Pues me iba a dar un paseo y quizás a comer fuera.
—¿Y tu novio?
—No quiere hablar conmigo, pero que quieres que te
diga, no me hace falta para pasar un buen fin de semana.
—Te propongo algo —lo miro atenta —, ya que tú estás
libre y yo también, ¿por qué no pasamos el sábado juntos? Podemos pasear, comer
e ir al cine. Lo que tú quieras —sopeso su propuesta. No sé si debo aceptarla o
no, pero que leches, es mi vecino y mi amigo. Además mi novio pasa de mí, pues
no me voy a quedar en casa amargada.
—Me parece genial. ¿Estás listo? —asiente. Así que
coge sus cosas, cierra la puerta y nos vamos a pasar un magnifico y estupendo
día.
Decidimos ir a pasear por los campos Elíseos, hace
un día maravilloso, soleado, el día perfecto para pasear por allí. Después de
llevar un rato caminando, decidimos hacer como mucha de la gente que hay allí y
nos tiramos en el césped para descansar. Nos quedamos callados durante un buen
rato hasta que Nico, de repente, se levanta. —Quédate aquí, vuelvo en cinco
minutos —me suelta de repente al tiempo que se marcha.
Me quedo un rato sola, e intrigada por saber a dónde
ha debido ir. Saco mi móvil, más que nada para ver si Alan se ha clamado y ha
intentado llamarme. Pero nada, ni mensaje ni nada. No ha
transcurrido ni diez segundos, cuando Nico vuelve a aparecer. Trae consigo una
bolsa de plástico, en la que intuyo que lleva unas Coca colas. —¿Tienes sed? —asiento
— ¿Y hambre?
—Mucha…
—Pues he traído bebida y unos bocadillos. Espero haber
acertado.
—Con el hambre que tengo… creo que me comería
cualquier cosa.
—Cuidado…—lo miro curiosa.
—¿Cuidado por qué?
—Esa frase que acabas de decir… puede dar lugar a
confusiones —me quedo con la boca abierta. ¿Cómo puede decirme estas cosas y
quedarse tan ancho? Le pego un pequeño puñetazo en el hombro e ignoro su
contestación, porque como sigamos con este juego… no quiero imaginar cómo va a
acabar.
Ya son más de las cinco de la tarde, llevamos ahí
unas tres horas. Yo creo que ya es hora de irnos si queremos ir al cine. —Nico,
deberíamos empezar a irnos o no llegaremos al cine.
—¿Y si en vez de al cine, vamos a mi casa? Sabes que
tengo una buena pantalla de televisión y sistema de sonido. Tengo varias
películas y palomitas.
—Como prefieras —le contesto, no muy segura de mi
respuesta. Pero bueno, es para ver una película. Lo miro de reojo y observo que
está con el ceño fruncido, incluso diría que está enfadado —, ¿qué ocurre Nico?
—Ese de ahí…—dice, señalando con la cabeza — ¿no es
tu novio? —sigo la dirección de su mirada y me quedo paralizada. Ahí está Alan,
pero no está solo, va acompañado de una morena con un cuerpazo de escándalo,
que no hace más que cogerlo de la cintura y apoyar la cabeza en su hombro. La
rabia comienza a acumularse en mi estómago, para poco a poco ir subiendo por mi
pecho y salirme por la boca.
—¿Quién coño es esa que está agarrando así a mi
novio?—Nico me mira, no sabe qué hacer, si sujetarme para que no me mueva o
sacarme de allí cuanto antes. Pero no le doy tiempo a pensarlo, porque mi rabia
ha tomado posesión de mi cuerpo y ya voy caminando hacia el lugar donde está
Alan. —Hola —saludo a ambos con un tono de voz, que no sé ni de dónde ha
salido. Alan se gira y cuando me ve, se le desencaja la mandíbula.
—Chantal, ¿qué haces tú por aquí? —le tiembla la voz
al hablar y la morena se gira hacia mí, mirándome con curiosidad.
—Pues nada, disfrutando del sábado. ¿Y vosotros?
—Celebrando nuestro compromiso —suelta de repente la
morena. Me quedo paralizada, le miro la mano y ahí está, el anillo que tendría
que estar en mi mano, está en la suya. Puedo ver como a Alan, se le ha cambiado
la cara y eso, de alguna forma, me satisface. No sé de donde sale la entereza
que tengo en estos momentos, pero aguanto el tipo de la mejor forma que puedo.
—¡Qué bien! ¡Enhorabuena! —les digo a ambos, con la
sonrisa más falsa que he puesto en mi vida— ¿Lleváis mucho tiempo juntos?
—Un año, pero es que estamos muy enamorados —vuelve
a contestar ella, parece que él ha perdido el habla —, ¿verdad winkipiki? —¿winki
qué le ha llamado? La situación es, cuanto menos cómica, así que no puedo más
que echarme a reír. La pobre muchacha no sabe lo cabrón que es su prometido, no
sabe que es mi novio y que lleva conmigo más tiempo que con ella. No sé qué
hacer, ¿le arruino la fantasía o la dejo que viva en su mentira? A mí me
gustaría que me abriesen los ojos, así que…
—Pues creo que no deberías casarte con Alan —ella me
mira sorprendida por mi comentario y a él, por poco no se le salen los ojos de
las cuencas —, más que nada porque es un cabrón y un mentiroso. ¿Te ha hablado
alguna vez de mí? —ella niega con la cabeza —Pues yo soy su novia, bueno, ahora
creo que más bien ex novia. Anoche fuimos a cenar juntos, yo pensaba que con el
derroche en champagne que estaba teniendo y la noticia importante que quería
decirme, me iba a hacer la proposición por excelencia. Pero no, me dijo que la
gran noticia, era que le habían ascendido. Así que ya puedes imaginar cómo me
sentí. Pero lo mejor de todo, ¿sabes qué es? —ambos negaron con la cabeza —,
que la humillación que acabo de sentir al enterarme que ella era tu prometida,
se ha borrado de un plumazo al darme cuenta de que no vales la pena. Que eres
un hombre triste y simplón, que lo único que vas a conseguir en la vida es
soledad. Me alegra que esta mañana me dijeses que no querías hablar conmigo, me
alegra porqué así he podido disfrutar de un sábado magnifico junto a Nico —Alan
me mira sorprendido —. Sí, Nico mi vecino, ese por el cual te morías de celos.
Está allí —señalo en su dirección —, esperándome para terminar este día de la
mejor manera posible. Así que paso de seguir aquí, cantándote las cuarenta. Me
voy con él, que merece la pena, mil veces más que tú —me doy la vuelta y
regreso hacia el lugar donde estaba sentada con Nico. El pobre me mira
desencajado, no sabe muy bien lo que ha pasado y tampoco me ha visto montar en
cólera, por lo que imagino que debe estar totalmente despistado —¿Nos vamos? —le
digo al llegar a su lado, tendiéndole la mano para ayudarle a incorporarse.
****
Llegamos a su casa, durante la vuelta hemos
permanecido en silencio, todo lo contrario que mi móvil, que no ha dejado de
sonar en todo el camino. Me siento en el sofá, mientras observo a Nico ir a la
cocina. Se escucha como trastea abriendo y cerrando armarios, me pregunto qué
es lo que debe estar haciendo. Pronto obtengo la respuesta, aparece en el salón
con una bandeja llena de… ¡Vivan las calorías! Se sienta a mi lado, acompañado
de una amplia sonrisa. —Bueno, tenemos helado, sirope y fideos de chocolate,
helado de dulce de leche, caramelo líquido y barquillos. ¿Qué te apetece más?
—¿Un poco de todo?
—Buena elección, creo que haré lo mismo que tú —me
dice y comienza a servir las copas de helado —. ¿Quieres que hablemos de lo que
ha pasado?
—No sé muy bien que sentir, estoy dolida,
decepcionada pero al mismo tiempo, siento una extraña sensación de alivio.
—Pero, explícame que es lo que ha pasado.
—Nico, pues que va a pasar, ¿es que no lo has visto?
Me ha estado engañando durante mucho tiempo. Y para colmo, le ha pedido que se
case con él, cuando debería ser yo la que tendría que llevar ese anillo —la
cara de Nico era un poema.
—¿Es lo que deseas realmente? —me quedo pensativa.
La verdad es que no, no es lo que quiero, sino ¿por qué esa sensación de alivio?
—Creo que no —él asiente y se queda pensativo —. ¿En
qué piensas?
—¿La verdad? No entiendo cómo has aguantado tanto
con ese tío.
—Porque le quiero, quería… Bueno, al menos eso es lo
que creía.
—Pues era un capullo. Así que la verdad, casi que me
alegro que nos los hayamos encontrado.
—Vaya gracias.
—No hay porque darlas, un placer.
—¡Serás capullo! —le miro con odio, pero en el fondo
tengo ganas de reírme.
—Yo seré un capullo, pero anoche bien que no podías
resistirte a mí—me quedo con la boca abierta.
—Pero si eras tú, que te gusta ir provocando—deja la
cuchara del helado, se acerca lentamente a mí, hasta que su cara frente a la
mía. Solo nos separan unos centímetros, puedo notar su respiración en mi cara.
Su olor inunda mis fosas nasales y… ¡Huele tan bien! Me quedo callada, cierro
los ojos, quiero concentrarme en su respiración, en su olor. De repente, noto
como sus labios rozan los míos y ¡oh Dios! ¡Quiero más! No me lo pienso más y
me lanzo a su boca. Temo que no me devuelva el beso, pero me equivoco, me lo
devuelve de una forma cálida, suave. Sus labios son suaves, carnosos y sabe tan
bien… Cuando se separa, me mira sonriente—. Ves cómo eres tú el que anda
provocando —le digo con una amplia sonrisa.
—Sí, pero te recuerdo que, eres tú la que se ha
abalanzado a mi boca —contraataca. Y por una vez me tengo que callar, porque
tiene razón. Pero si cada vez me va a besar así, casi que le voy a llamar
provocador continuamente. Él es mi dulce provocación. —Chantal —dice de
repente, en un tono demasiado serio para como es él.
—Dime Nico.
—Debería contarte algo —la curiosidad se apodera de
mí.
—Me estás poniendo nerviosa con tanta intriga, ¿qué
es lo que tienes que decirme?
—¡Joder como cuesta! —dice sin mirarme —Chantal,
siempre me has gustado —¡Toma ya lo que acaba de soltarme! —. Llevo mucho
tiempo pensando en ti, pero nunca te he dicho nada porque tenías novio.
—Nico… no sé qué decir, me has dejado sin palabras.
—Creo que…—otra vez se queda callado y mis nervios
van en aumento — podríamos intentarlo ¿no? —lo miro como si fuera un extraterrestre.
¿Intentarlo? ¿Intentar el que? —¿De verdad me vas a hacer decirlo claramente? —parece
que Nico me ha leído la mente —Creo que podríamos intentar una relación, creo
que los dos nos compenetramos, nos atraemos. ¿Tú que crees?
—Acabo de romper con mi novio…
—No digo que seamos novios a la de ya… pero creo que
podríamos ir quedando, ver qué pasa. Vayamos poco a poco —me lo quedo mirando a
los ojos. Otra vez le tengo que dar la razón, los dos nos llevamos y nos
compenetramos bien. Nos atraemos. Creo que sí, que podemos probar. Acorto las
distancias que él había puesto entre los dos después del beso. Nico me mira
atento, no sabe que es lo que le voy a hacer, está esperando una respuesta, se
le nota nervioso. Levanto mis manos para cogerle la cara, el tacto es una
mezcla entre suave y rugoso por la barba. Le sostengo la cara entre mis manos y
acerco su cara a la mía, para acto seguido poder besarle. Esta vez el beso es
distinto, sabe de otra manera. Es más tierno, con más sentimiento con más
¿amor?
Un año después…
Ya ha pasado un año desde que me enteré de la doble
vida de Alan y de que decidí darnos una oportunidad a Nico y a mí. Lo mejor que
me ha podido pasar sin duda alguna. Durante este año, cada uno ha vivido en su
piso, otras veces hemos compartido cama. Hemos ido de viaje, hemos reído, nos
hemos enfadado, pero hemos disfrutado todos y cada uno de los momentos que
hemos vivido juntos. La vida me asestó un gran golpe, pero me recompensó de la
mejor manera que jamás hubiese podido imaginar…
…
Con el verdadero AMOR.
Fin.
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